Aparceras y empaquetadoras
Recuerdo que antes de que entrase en explotación la cantera de áridos, esos terrenos estaban ocupados por una extensión tan amplia de tomateros que necesitaban fumigarse con un helicóptero en vuelo rasante. Mi abuela y mi tía fueron aparceras en esas tierras. Muchos sábados las ayudé a coger tomates y siempre volvía a casa con un cereto lleno. La cosecha de estos cultivos era manufacturada en los almacenes de la Siel en San Isidro de Gáldar, donde mi madre trabajó como empaquetadora. Por esa época, hace más de 40 años, la hora extra se pagaba a menos de un duro. En plena zafra llegaron a trabajar allí más de 500 personas.
Los tomateros de El Corralete fueron abandonados por otros más productivos en Los Giles, Juan Grande o La Aldea de San Nicolás. Mi abuela ya no tenía edad de empezar en otro lugar, pero mi tía se fue a vivir en insalubres barracones a pie de explotación, durmiendo en un catre de viento y aseándose con su escueto ajuar: una jofaina con agua y jabón, un cepillo para el pelo y un pequeño espejo. En esas frías noches de zafra, después de la exigua cena, solo la acompañaba la radio donde escuchaba la ronda, esperando una dedicatoria que nunca llegó.
Aparceras y empaquetadoras - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez