Atropello en la plaza chica
Durante una época las clases de primero de EGB se impartieron en lo que posteriormente fue el cuartel de la policía municipal. El recreo “oficial” lo disfrutábamos en el patio de la antigua sección femenina; pero donde realmente jugábamos, era al salir de clase en los columpios de la plaza chica. Un ratito al medio día y algo más por la tarde.
Ese día estaba remándome con mi primo Julio (D.E.P.), cuando llegó un niño de segunda etapa del colegio de las monjas y le quitó el sitio. Yo, que en un primer momento no me percaté de la envergadura de mi oponente, me enfrenté a él. Pero después de los primeros lances, puse en marcha el plan B. Este no era otro que salir corriendo hacia la calle del correo.
Al pasar por la esquina del cuartel de la guardia civil, empecé a cruzar la calle sin mirar, con tan mala suerte, que en ese momento pasaba el practicante que venía desde la plaza de Santiago a toda pastilla. Tropecé con el coche, dándome un golpe en la canilla con sus bajos, y pasándome la rueda trasera por encima del pie. Con la fuerza del golpe caí de espaldas.
El practicante saltó del coche, me quitó el zapato y me examinó. Poniéndome de pie me hizo apoyar la pierna en el suelo. Al verificar que todo estaba bien se tranquilizó. En el trascurso de los pocos minutos en que esto ocurría, se agolpó una multitud alrededor de nosotros. Una vez que vieron que no tenía nada grave, volvieron a sus ocupaciones.
Una señora mayor muy amable, al verme tan pálido, me llevó a su casa que estaba frente a la tienda en la calle del correo y me dio un vasito de vino que me devolvió el color. Entonces seguí camino a casa, bajando por la calle de Las Toscas.
Luego me enteré que esa señora se llamaba Merceditas y que hasta hacia poco tiempo daba clases en su casa.
Todos los practicantes que atendían a domicilio tenían fama de ir muy rápido; pero en esta ocasión no tuvo ninguna culpa del accidente. Si vamos a ser justos, fui yo el que atropelló al mini.
Foto: Esquina donde se produjo el atropello.