Colgado de un árbol
Saliendo de la galería donde confluían todas las aulas de los chicos llegábamos a una pequeña terraza; aquí se reunían los profesores a la hora del recreo, desde esa atalaya podían divisar a los chiquillos. Esta estaba en parte cubierta por la sombra de uno de los laureles de indias, a los que se accedía bajando unas escaleras de media docena de escalones. En esta zona jugábamos los más pequeños lanzándonos los diminutos higos, que producen estos árboles, a los que llamábamos chochos.
Una vez hubo un temporal que desgajó una de las ramas principales de uno de los laureles. El director gestionó la retirada de la rama partida, pero en el árbol quedaron las astillas.
Como quiera que los niños siempre vamos al peligro, me puse a trepar precisamente por esta parte. Al intentar bajar resbalé y me quedé enganchado a las astillas por el bajo del pantalón corto de poliéster; suerte que eran bastante elásticos y no se rompieron. En la posición en que me quedé, no podía agarrarme a ningún hueco del árbol para conseguir liberarme. Y allí estaba yo colgado como un jamón con medio culo al aire, hasta que me vio otro niño que, tras unos breves instantes de incertidumbre ante tan embarazosa estampa, se acercó y me ofreció su ayuda. Entonces cogiéndome el trasero con ambas manos me empujó hacia arriba con todas sus fuerzas y consiguió liberarme. Creo que nunca le llegué a dar las gracias por su ayuda, así que aprovecho esta ocasión para dárselas.
Foto: Ala izquierda, galería donde confluían todas las aulas de los chicos; Laureles de indias de la plaza de Santiago y detalle de sus frutos.
Colgado de un árbol - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez