De algarrobas y curieles
Hace algún tiempo encontré en el hipermercado Eroski un tarro de crema de algarrobas con avellanas, e inmediatamente regresé a la infancia, recordando esta historia:
Paco es un hombre de gran envergadura y muy fuerte. Todavía lo recuerdo zarandeando las grandes ramas del algarrobo, para que cayese el fruto que recogía ayudado con una penca de palmera; las vacas recibían las algarrobas como una auténtica golosina.
La primera vez que vi curieles fue precisamente en el gallinero de Panchito Reyes, frente a las vacas que ya en aquel entonces atendía su yerno Paco Benítez. El amigo Paco se levantaba todas las madrugadas para atender a los animales, luego se duchaba, y antes de las siete de la mañana estaba camino de Las Palmas donde trabajaba.
Años más tarde, cuando estudiaba la carrera fue él quien me bajaba a Las Palmas. Aún hoy, a pesar de los años que han pasado, y a juzgar por la firmeza con que me da el apretón de manos cuando nos encontramos, se ve que las fuerzas no lo han abandonado.
Pero volviendo a nuestro tema, como a mi madre le dijeron que los curieles ahuyentaban a las ratas, vi la ocasión para pedirle a Paco una pareja de aquellos roedores; detrás de estos vinieron más, primero los tuve en la azotea de mi casa, y luego también en la gañanía con las cabras de mi padre.
La cosa se torció cuando llegó a oídos de mi madre, que precisamente en el gallinero de ti’ Pancho, se había visto cohabitando ratas y curieles. A partir de ese momento tuve que desprenderme de mis mascotas. Los cogí todos y los solté en las plataneras de Segundito, junto al viejo pajar abandonado donde solía estudiar, a la sombra del almácigo. Todos los días regresaba a ese lugar con la esperanza de volver a verlos; pero nunca más dieron señales de vida. A veces pienso que los cazó la lechuza que una noche vi posarse por los alrededores.
De algarrobas y curieles - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez