Día de pesca
Tanto mi padre como mi hermano eran aficionados a la pesca y ambos tenían caña, pero hacía tiempo que no la utilizaban.
Otro que vivía la pesca era Paco el barbero. Muchas veces me gocé las conversaciones entre él y José Manuel Quesada sobre esta afición. Que si en aquel roque hay buena pesca, que si con ese tipo de anzuelo se pesca más…
Poco a poco me fue entrando el gusanillo y decidí aceptar la invitación de mi vecino para ir a pescar con él. Le pedí la caña a mi padre y se la llevé al barbero para que la reparase.
Y llegó el gran día. Esa mañana nos levantamos temprano, y con el saco al hombro nos fuimos a la parada de la guagua. Nos bajamos en El Puente de las Verguillas y desde allí continuamos a pie hasta el lugar conocido como El Clavo.
José Manuel me enseñó a preparar los anzuelos, las técnicas básicas de como lanzar el nylon, poner el cebo… Todo con una paciencia infinita. Más de una vez me pinché con el anzuelo al intentar fijarle el trozo de gamba.
Me dijo que para empezar lo mejor era pescar de fondo, pues no tendría que estar pendiente de la boya. En la primera tirada noté que algo había picado. Le pasé la caña a él, que con maestría, enrollando el carrete recogía y soltaba nylon mientras me explicaba que debíamos cansar a la pieza para sacarla sin riesgo de que se escapase. No paraba de decir que se trataba de un buen ejemplar. Y así fue, era un machillo de salema de unos 20 cm de largo.
A todo esto el maestro aún no se había estrenado. Llevábamos un rato hablando de mi captura y de las bondades del lugar, cuando mi amigo notó una presión en el hilo, pues también estaba pescando de fondo. Se puso muy contento, recogió y recogió, y saco un pequeño guelde.
Todavía teníamos las esperanzas intactas, no en vano ya habíamos sacado un buen ejemplar. En eso estábamos cuando llegó mi turno de nuevo, ahora era un sargo con sus inconfundibles rayas verticales negras. Esta vez lo saqué yo solo con sus indicaciones.
Estuvimos el resto de la mañana disfrutando de la brisa del mar y el sonido de las olas contra las rocas. Cuando ya estábamos pensando en recoger, el maestro picó algo. Era una diminuta fula.
Cuando recogíamos le oí decir:
—Rito, has tenido la suerte del principiante, pero todavía te falta mucho que aprender.
A los pocos días me volvió a invitar a salir de pesca. Pero no pude encontrar la caña. Al parecer mi hermano creyó que era la suya y se la regaló a no sé qué amigo suyo.
Así término mi prometedora carrera como pescador deportivo.