Dos veces con paperas
Era costumbre entre nuestras madres hacernos visitar a nuestros amigos con paperas para que las tuviésemos lo antes posible; eran más virulentas y peligrosas cuando la padecías de adulto. Y como mi vecino Luis estaba pasándolas, allá que me mandaron.
A la mañana siguiente, cuando vi mi cara en el espejo deformada por la inflamación, me dieron ganas de llorar. Cuanto más me miraba, más me parecía al hombre elefante. Una sensación semejante a la que tuve al verme en la luna de la barbería, cuando Andrés me tuvo que rapar al cero, tras el estropicio que me hice al trasquilarme el pelo yo mismo.
Bueno, volviendo a la inflamación de la cara. Hace algunos años, una vez que estaba preparándome el desayuno empecé a notar algo raro en la boca. Cuando fui a beber del vaso noté que la leche se me salía por una de las comisuras. Al principio pensé que me había dado una parálisis facial o un ictus isquémico. Como al tocarme percibí un abultamiento fui a mirarme al espejo. Entonces vi horrorizado como tenía los carrillos inflamados como la ardilla Alby.
Esta inflamación, como mismo vino se fue, pero volvió a aparecer al almuerzo. Esta vez empezó desde que me llegaron los olores de la comida. Preocupado fui al médico que me indicó que se trataba de una obstrucción de la salida de las glándulas salivares. Solo se manifestaba cuando me disponía a comer, porque es cuando más saliva producimos.
Todo se solucionó con un antinflamatorio y zumo de limón. Al preguntarle a la doctora el porqué del zumo, me dijo que el sabor agrio hace que regañemos la cara y presionemos las glándulas parótidas, favoreciendo la expulsión del tapón que obstruía la salida de la saliva.
Por este motivo soy una de las pocas personas que ha tenido «paperas» en dos ocasiones.