El ángel de la guarda
Mi madre tenía tres hermanos y solo una hermana, quizás por eso mantenía una relación muy estrecha con ella. Cuando tuvieron que desplazarse a la península para operar a su hijo mayor, mi tía dejó al resto de sus hijos al cuidado de mi madre. Durante más de un mes pusimos la casa patas arriba, se repartieron colchonetas por el suelo y llegamos a dormir hasta cuatro personas en una cama.
La convivencia con ellos hizo que estrecháramos nuestros lazos y que luego nos visitáramos con frecuencia. Cuando iba al Corralete jugaba con ellos en el campo de fútbol que tenían entre el dique de la presa y el barranco del Draguillo. Jugar en él tenía una dificultad añadida, cuando la pelota salía del campo iba a parar al fondo del barranco o dentro de la presa.
Además de con mis primos, también jugaba con sus vecinos Lucio y Eladio. Una mañana al llegar a clase, el maestro nos comentó que en la presa de Míster Leacock había ocurrido un accidente, se había ahogado un niño. Al parecer habían improvisado una balsa con rolos de plataneras unidos con tiras de estas. Cuando él preguntó que si alguien lo conocía levanté la mano pero sin articular palabra.
Hace unos días volví a ver a la madre de Lucio que aún sigue guardando luto por su hijo después de haber pasado más de cuarenta años del accidente. Hasta el momento, la última noticia que tenía de esa familia era que habían abandonado el barrio porque no podían soportar ver de frente el muro de la presa cada mañana al despertarse y salir a la calle.
A mí también me afectó mucho la muerte de Lucio. Yo creía que todos los niños estábamos protegidos por el ángel de la guarda.