El dedo de Dios
Desde la muerte de mi madre me venía rondando una idea. Iba a estudiar la biblia, no solo a leerla, sino a estudiarla.
Me enteré que en La casa de la iglesia se impartía un curso, y allí me presenté. Se trataba de asistir durante 4 horas al día, dos días a la semana, los 2 años que duraban las clases que eran impartidas por sacerdotes, religiosas y profesores de religión formados en teología.
Bueno, pintaba bien; pero ya en las primeras sesiones sobre El Antiguo Testamento algo empezaba a chirriar: ¿De dónde provenía la luz que hizo Dios el primer día, si el Sol no se creó hasta más tarde? Luego resultó que los mandamientos tenían su origen en Mesopotamia, antes de la época de Moisés. Y Jesús no nació el 25 de diciembre. Supe que las respuestas que estaba buscando no estarían allí; pero pese a ello, seguí yendo a clase y estudiándola. Pronto aprendí, que si torturas lo suficientemente esos “libros sagrados” dirán lo que tú quieres oír.