El enamorado Bernardo
Es curioso como un simple objeto, unido a un carácter débil, puede llevar a un hombre a quitarse la vida. Esa fue la historia de mi amigo Paco.
Paco estaba felizmente casado con María Gómez, hasta que un día, según él mismo me contó, encontró la factura de una lujosa pipa de espuma de mar a su nombre y de la que ella se negó a dar explicaciones. Empezó a atar cabos con los datos que tenía o inventaba, acusando a María de serle infiel; tan atormentado se vio, que optó por quitarse la vida.
María estaba destrozada y me pidió que me ocupase de todos los trámites del entierro. Me encargué de llamar a todos los parientes y amigos de la familia; pero me olvidé de Augusto, el mejor amigo de Paco y antiguo pretendiente de María.
Augusto fue uno de los primeros amigos en presentarse en el tanatorio, fundiéndose en un abrazo con María, que provocó las murmuraciones de los presentes. Tanto María como él no se percataron y siguieron en actitud cariñosa hasta que con una señal, hice que Augusto dejara a la viuda y me acompañase a un lugar más apartado.
Camino de la cafetería le conté que Paco había hablado conmigo, antes de suicidarse, le relaté todo y le hice jurar que lo mantendría en secreto, para no manchar ni la reputación de Paco ni la de su viuda.
Augusto accedió sin reservas a mi petición y al despedirse me dio un efusivo abrazo. Durante el mismo sentí un fuerte dolor en las costillas, producido por algo que tenía en el bolsillo. Al retirarme, instintivamente palpé el objeto, pero él apartó mi mano con brusquedad, antes de poder determinar de qué se trataba.
Una idea empezó a tomar forma en mi cabeza. ¿Y si en el bolsillo de Augusto estaba la pipa de la que me habló Paco? ¿Y si realmente Paco no se había suicidado? ¿Y si lo que tenía Augusto en el bolsillo era el arma del crimen? Él era médico y podría certificar que la muerte de Paco fue debida a causas naturales sin levantar sospechas.