El recuerdo de una ausencia
Aunque sobrevivimos siete hermanos, en realidad mi madre tuvo 9 partos, pero dos de mis hermanos murieron al nacer, precisamente los nacidos antes y después de mí. Siempre he pensado que fui afortunado por este motivo. Cuando mi madre preocupada dijo que estaba embarazada nuevamente, mi padre le respondió que eso era lo que quería, un hijo para la vejez. Ante esta respuesta, que ahora se me antoja irresponsable tengo que reconocer que me ayudó durante los momentos difíciles de mi infancia a mantener mi autoestima y seguridad, me sentía un hijo querido.
Esa mañana fue mi hermana Mela la encargada de despertarme, vestirme y ponerme el desayuno. Luego me dejó con mis tíos que estaban sentados en el patio en silencio. Mi tío Alejandro estaba fabricando una cruz atando dos tirillas de madera con hilo carreto. Yo, que siempre fui muy curioso, le pregunté:
¿Por qué no usaba tachas para clavar la cruz?
Él me dijo que Jesús fue clavado, y por eso, usar tachas era malo.
Al momento llegó alguien en coche que trajo una cajita blanca acolchada de la que me encapriché al momento para usarla para guardar mis juguetes. Inmediatamente, al no dejarme ni siquiera tocarla, inicié una perreta, pero esta vez se limitaron a ignorarme.
Posteriormente supe que la caja era el ataúd de mi hermana; la partera pronosticó que la cosa pintaba mal, y así fue como procedieron a bautizarla de urgencia, con los nombres de Amada, por mi tía, y Juana por mi abuela Ita, que fueron las que ayudaron en el parto. Al poco tiempo mi hermana partió.
El recuerdo de una ausencia - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez