El sacristán
Álex Álvarez, con tan solo veintiséis años, ya era el sacristán de una pequeña parroquia del interior de la isla. Siempre quiso ser profesor de educación física, pero le gustaba mucho más el deporte que los libros. En realidad era miembro de una familia adinerada de derechas. El padre era un hombre de negocios que tras un desfalco abandonó el país con su secretaria. Cuando se gasta la asignación que le pasa su padre, vive de lo que gana su madre trabajando de asistenta de Don Damián en la casa parroquial. Pertenecía a las juventudes cristianas y fue catequista hasta que se produjo aquel incidente.
A partir de ese día don Damián, para evitar otro escándalo, transfirió sus grupos de catequesis a doña Adoración, una beata solterona que quería ser monja, pero su sentido del deber le hizo quedarse a cuidar a su anciana madre.
Hacía unos años, Álex había mantenido relaciones sexuales con una alumna que se estaba preparando con él para la confirmación. Fruto de aquellos escarceos nació un bebé. Los padres de la joven la enviaron a vivir con unos parientes fuera de la isla. Álex aprovechaba su físico para prostituirse en el confesionario con las feligresas más pecadoras. Con ese dinero y lo que sisaba del cepillo de la iglesia, se sacaba un pasaje para ir de viaje con su pequeño cada verano.