Empachado
Como todo niño era muy goloso. Era tan goloso que mi madre tenía que esconder todo lo dulce, ya que acababa con las existencias. Mi fama de glotón era tanta que mi cuñado Llillo quiso intervenir y poner remedio.
Un día se me acercó y me pidió que lo acompañara, para que le ayudase a alguna tarea en casa de su madre, porque él no podía solo. Cuando estábamos allí, me pidió que fuera a la tienda y comprase dos tabletas de turrón blando.
Entonces me dijo que la abriera y que comiera. Cuando acabé con la primera tableta, me dijo que abriese la segunda, y así lo hice. Pero cuando iba aproximadamente por la mitad le indiqué que no tenía más ganas.
Él se puso muy serio y me obligó a seguir comiendo. Medio añusgado, más por el pleito que me echó, que por el turrón que tenía en la boca, seguí comiendo. Él no me quitaba ojo, no sea que cuando se despistara, yo tirase el resto del turrón. Por poco no me hace chuparme hasta los dedos.
Llegados a este punto, señaló el dinero de la devuelta diciéndome:
—¿Quieres más?
A mi respuesta negativa, me dijo:
—Pues a ver si ahora le dura a tu madre los turrones que tiene comprados para Las Pascuas.
La ahitera me duro hasta pasada esas fiestas; pero pronto volví a recuperar el apetito.
Empachado - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez