En casa y con la pata quebrada
Cuando ya estaba fuera de cuentas, yendo a una de las últimas clases de preparación para el parto tuvo un pequeño accidente.
Yo como cada mañana de esta fase del embarazo la llamé desde el trabajo, pero fue la madre la que cogió el teléfono. A la pregunta de cómo estaba Tere, empezó a llorar. De pronto escuché su grito pidiéndole el auricular. Cuando lo cogió me tranquilizó diciendo que tanto la niña como ella estaban bien y que sólo era una torcedura, le habían vendado el tobillo.
Tan pronto colgué, pedí permiso para ausentarme. En cuestión de 25 minutos recorrí los más de 30 kilómetros que nos separaban. Me la encontré en cama con la pata quebrada.
Según me contó, precisamente cuando llamé estaba llegando, y su madre impresionada al verla entrar con el yeso puesto no pudo reprimir el llanto. Lo que ocurrió fue que bajando de la acera metió un pie en un agujero que había en la calzada y se hizo un esguince en el tobillo. Cojeando llegó al ambulatorio, donde los muy brutos la escayolaron desde el empeine hasta la ingle.
Debido al reposo forzoso el parto se estaba retrasando y la tensión arterial estaba muy elevada.
Decidimos ir a un fisioterapeuta que le quitó la escayola y recolocó algunos tendones y ligamentos. Entonces asombrado vi como apoyó el pie en el suelo y empezaba a caminar sin muletas.
Al llegar a casa nos fuimos a pasear para ver si se presentaba el parto. Ese día no ocurrió nada, pero a la noche siguiente llegaron las primeras contracciones.
Cuando la niña nació, tenía el pelo tan grande que se le podía hacer una pequeña coleta. También tenía las uñas bastante crecidas y la piel algo arrugada.
En casa y con la pata quebrada - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez