En un hotel de lujo
En uno de mis muchos viajes de trabajo recuerdo el que tuve que hacer durante la puesta en marcha de un grupo generador en Fuerteventura. Estaba pensado que viajase con el jefe, pero a última hora surgió un imprevisto y fui solo. Nuestra norma de viaje de ese entonces establecía que el hotel se elegía en función de la persona de mayor rango que viajase contigo; según eso, como viajaba el jefe, el hotel podría ser de 5 estrellas, y así se pidió.
Al segundo día de estancia en la isla, cuando llegué por la tarde a la habitación me la encontré algo diferente a cuando salí por la mañana. Sobre la mesa había una bandeja de frutas, un centro de flores y una botella de champán enfriándose. Me acerqué y vi una tarjeta felicitándome por mi cumpleaños, hasta ese momento no había caído en la cuenta. Entonces, como no bebo, decidí hacer algo con la botella. Me metí en la bañera, corrí la mampara, la agité hasta que saltó el tapón y me di un baño de champán. Luego terminé de ducharme y limpié todo.
Cuando ya iba a acostarme vi que sobre la cama había otra sorpresa, era la figura de un cisne formada con una toalla. Llamaron a la puerta, me puse el albornoz y abrí. Era una camarera empujando un carrito, que tras presentarse, me dijo que venía a prepararme la cama. A estas alturas tenía tal mosqueo que reusé su ofrecimiento y la despedí mientras miraba alrededor buscando la cámara oculta.
Antes de acostarme llamé a mi mujer para oír la felicitación de sus labios; les aseguro que ese fue el mejor regalo. Su voz es tan dulce que durante años usé una grabación suya como despertador; pero ella me pidió que la quitase porque temía que, al despertarme de madrugada todos los días, con el tiempo terminaría odiándola.
Foto: Vista parcial de una de las habitaciones y postal del hotel Tres Islas. Detrás, el hotel La Oliva, donde me quedaba normalmente.