Eran la alegría de la casa
Ser el menor de siete hermanos implica tener sobrinos antes que hijos, tengo alguno casi de mi edad.
A Miguel, el mayor, solían traerlo los domingos, el día que más trabajo tenían en el restaurante. Tratando de entretenerlo lo llevé a ver el pollito que mi amigo Paco Monzón había comprado. Al notar el tacto de su aterciopelado plumaje, se emocionó tanto que lo apretujó con tanta fuerza, que su frágil tórax cedió y murió aplastado entre sus manos.
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Manolo, siempre fue muy decidido y una vez que lo dejaron en la plaza con sus amiguitos sin esperar a que se colocase en la fila para entrar en la clase, no se le ocurrió nada mejor que emprender el camino de regreso. Al ser interrogado sobre cómo había llegado a casa dijo que había echado por Moya.
Pronto empezó a ir a la escuela su hermano pequeño, José Pablo. Al regresar de clase, se quitó el baby y se lo anudó al cuello imitando que llevaba una capa. Entró a la habitación en la que estábamos gritando con los brazos extendidos:
—Mira, mira, soy Supermán.
—No, Supermán soy yo, tu eres súper menos—, dijo Manolo mientras empujaba al hermano ocupando su lugar.
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Leticia fue la primera nieta y le gustaba imitar a mi hermana en las labores domésticas. Un día de esos de limpieza general en casa de mis padres, mi hermana me pidió que levantara el televisor para limpiar debajo. Entonces se acerca mi sobrina con su paño y me dice muy decidida:
—Rito, levanta el cenicero para limpiar la mesa.
Mientras fue hija única deseaba tener hermanos, cuando le preguntaban si prefería niño o niña, siempre decía los dos, pero cuando nacieron los mellizos se lamentaba a su madre diciendo:
—¿Y por qué me hiciste caso?
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Mi hermana Lina era vecina de mi novia. A raíz de nuestro noviazgo mi futura suegra se ofreció a cuidar de sus hijos mientras ella trabajaba. Raúl era tan pequeño que aún no sabía hablar bien. Nosotros para hacerlo rabiar y forzarlo a vocalizar correctamente, lo llamábamos por su nombre, pero tal y como él lo pronunciaba, diciéndole:
—Aú.
—¡Aú no, Aú!—, decía enojado.
En cambio Alex, el mayor, fue un parlanchín y cuando llegaba la hora de la comida siempre buscaba alguna excusa para no comer, más de una vez preguntó:
—¿Qué hay para comer hoy, a ver si me duele la barriga?
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Leticia siguió siendo la única nieta hasta que llegaron Yazmina y Lidia. Esta última, al verme brincando y resoplando cuando me majé el dedo con un martillo, me dijo asustada:
—¡Rito! ¿Qué te pasa?
—Nada, que me majé.
—¡Pues ten más cuidado, hombre!— dijo mientras daba media vuelta y seguía jugando.
Del último sobrino recuerdo las varias veces que tuve que ir al materno con mi hermano y su mujer, aunque tenía todos los síntomas, el parto se retrasaba. Rubén nació un par de días antes de que yo empezase a trabajar en mi actual empleo.
Aunque tengo trece sobrinos y buenos recuerdos de ellos, no hay nada comparable a tener tus propios hijos. Ahora solo resta la experiencia de ser abuelo.
Fotos: (1) Miguel, Pablo y Alejandro; (2) Manolo y José Pablo; (3) Alex; (4) Leticia; (5) Lidia; (6) Raúl; (7) Rubén; (8) Moisés y Yurena; (9) Yazmina.
Eran la alegría de la casa - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez