Extraña terapia
Llevaban varias horas sentados en silencio en la sala de espera, hojeando las vetustas revistas de actualidad sin apenas mirarse.
Ya no salían juntos, y pese a que vivían en un pequeño piso, se las arreglaban para pasarse los fines de semana entre esas cuatro paredes sin tropezarse. Después de cenar Paco se sentaba en el sofá a ver la tele. Mientras, Esther intentaba avanzar la colcha que estaba tejiendo, luego rezaba el interminable rosario y se iba a la cama en silencio. Cuando llegaba Paco se hacía la dormida. Ya se había cansado de intentarlo. Quedaron atrás sus vanos esfuerzos para excitar a su marido con miradas y caricias cálidas y sugerentes.
Esther pidió consejo al párroco, pero nunca logró que Paco entrara a la iglesia y menos para aguantar un responso de ese tipo.
—¿Qué iba a saber un cura de relaciones de pareja?
Este sería su último intento para salvar el matrimonio, allí estaban en la consulta del consejero matrimonial. Paco estaba a punto de volver a salir a la calle para fumarse el octavo cigarrillo cuando llegó su turno. El psicólogo los invitó a sentarse juntos en el sofá, mientras se acomodaba frente a ellos en un lujoso sillón de orejas.
Esther se sorprendió de lo bien que lo estaba llevando Paco, enseguida conectó con el psicólogo, hasta el punto de que llegó a sentirse desplazada. Antes de darse cuenta estaban despidiéndose, prometiendo que tratarían de sincerarse el uno con el otro y que volverían a la consulta la próxima semana.
Con cada sesión a Paco se le veía más alegre, cuanto se acercaba la hora de visita se le notaba ilusionado. Aunque su relación no había mejorado mucho, ella pensaba, tal y como le habían dicho, que el proceso iba a ser lento.
Han pasado tres años de aquella visita y la pareja está felizmente separada. Paco está viviendo con el psicólogo. A Esther la está consolando don Damián, el cura de su parroquia.