Flores para mi amada
Son muy pocas las ocasiones en las que le he regalado flores. La primera vez fueron unas autóctonas parecidas a las margaritas que crecen en los barrancos. Aguantaron sin marchitarse más de veinte días. Únicamente cortándole en cada cambio del agua un trocito de tallo volvían a cobrar vida; pero lo más importante, hasta hoy han permanecido frescas en su recuerdo.
En otras ocasiones le he regalado rosas compradas y preparadas en la floristería; pero no ha sido lo mismo. Esta sociedad consumista nos quiere hacer creer que para renovar el amor, tuviéramos que regalar como en la canción, una rosa cada día. Pues aun pensando de esta manera, a veces caigo en la tentación de comprarle flores.
Un día saliendo del trabajo me encontré a un indigente vendiendo rosas en el semáforo; en parte por ayudarle, al ver que no se limitaba a pedir, y en parte porque se aproximaba nuestro aniversario, le compré una y se la llevé. Luego me enteré que aquel individuo se dedicaba a robar las flores del cementerio. Solo se lo confesé cuando se marchitó.
Quizás la próxima primavera la sorprenda con un ramo como el primero, o quizás no.