Hombres invisibles
Esta mañana estaba esperando con mi hija a que abriesen el edificio de humanidades, pues la compañera con la que suele ir no asistió hoy a clase. Mientras permanecíamos dentro del coche, advertimos cómo se movía un seto en la acera de enfrente y se oían voces que salían del mismo. Sorprendido vimos como surgía del follaje un individuo gateando marcha atrás, parecía que buscaba a una persona o quizás a un animal.
El señor no se percató de nuestra presencia, cruzó la calle unos diez metros delante de nosotros y se sentó al borde de la valla del edificio, se sacó la prótesis dental y se la volvió a ajustar. Luego escondió la cara entre las manos y empezó a llorar, era un llanto casi imperceptible al principio que se fue incrementando poco a poco. Hasta ese momento no lo había percibido como a un ser humano; hasta entonces solo era un viejo indigente al que molesta ver; pero en realidad su apariencia no era tan descuidada y no parecía estar mal alimentado. ¿Cómo había terminado de esa manera? ¿Estaría desorientado o desequilibrado? O ¿Era uno de las muchas víctimas de esta crisis?
Una idea me cruzó por la cabeza: ¿Qué diferenciaba la vida de ese hombre de la mía? Entonces me vino a la memoria lo que le pasó a un excompañero que discriminaba y trataba de forma despectiva a todos los que según él, no tenían la categoría social ni profesional que él se auto otorgaba.
A mi compañero le gustaba practicar el ciclismo por carreteras secundarias. Una mañana al coger una curva se encontró de frente con un coche que había invadido su carril y lo sacó de la carretera. Empezó a rodar ladera abajo, quedándole el pelo cubierto de hojarascas, la cara y la ropa llena de polvo y ensangrentada, y la camiseta hecha girones. Como pudo volvió a la carretera, pero ningún coche de los que pasaba paró a socorrerlo al ver la pinta que tenía. Todo esto me lo contaba visiblemente afectado. Mi compañero, tras ponerse en lugar de los que hasta entonces discriminaba, cambió al recibir una ración de su propia medicina.