Juventud perecedero tesoro
Se llamaba Dorina Grau. Trasnochaba mucho y nunca se levantaba antes de mediodía. Siempre quiso mantenerse joven, y para ello tomaba cuanta pócima o ungüento le aconsejaban, se bañaba con leche de burra, se untaba el rostro con el semen de sus amantes, y leía todos los tratados y hechizos que encontraba en las librerías exotéricas de la ciudad. Pero nada conseguía frenar el inexorable paso del tiempo. Hacía años que cada tarde se sentaba delante de su tocador durante horas tratando de recomponer con su maquillaje y su lápiz de labios rojo pasión el puzle de su rostro. Tomaba el tubo de pegamento multiusos y se fijaba las pestañas postizas, la peluca y la prótesis dental. Luego descorría las cortinas y se miraba con el espejo de aumento a contra luz. Entonces horrorizada volvía al tocador y continuaba retocándose el resto de la tarde. Únicamente se atrevía a salir a la calle al anochecer. Solo frecuentaba discotecas y antros mal iluminados, donde la penumbra mantendría la ilusión de su eterna juventud.
Juventud perecedero tesoro - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez