La apuesta
Estábamos reunidos conversando en la salida del barrio por la carretera de Sardina, cuando se nos hizo de noche. Tobita, el más atrevido de los tres, y a la aventura de la burra me remito, nos propuso una apuesta. Consistía en ir y volver a Bocabarranco de noche. En esta ocasión me tocó a mí recoger el guante. Así que tras una solemne despedida, me dispuse a bajar al barranco por la vereda que empezaba en la palmilla y transcurría entre las fincas de plataneras.
Desde la carretera iluminada por las farolas, la apuesta no parecía tan complicada. Pero se trataba de una noche sin luna y entre las plataneras apenas veía. Al alcanzar el barranco siempre procuré ir por las pistas de tierra que recorrían los camiones de recogida de fruta.
Pero en aquella época el ayuntamiento había dado permiso para extraer áridos del barranco y había enormes socavones en el cauce, que unido a una fuga de aguas fecales de la depuradora, formaban auténticos pantanos. En una de las ocasiones me equivoqué de camino y me enterré en el lodo hasta por encima del tobillo, teniendo que retroceder sobre mis pasos hasta encontrarlo de nuevo.
Al llegar a la desembocadura recordé que el astuto de Tobita me pediría pruebas de mi hazaña. Miré alrededor y sólo encontré una lata de zumo Yukery, lo enjuagué y lo llené de agua salada. Aprovechando que estaba en el agua me adentré un poco más para lavarme las zapatillas y los bajos de las perneras. Antes de iniciar el regreso cogí un puñado de arena, por si la primera prueba no era suficiente.
Ahora tocaba lo más duro. En las películas, cuando el héroe consigue el objetivo se acaba el sufrimiento. Pero a mí me quedaba regresar con ambas manos ocupadas.
Mientras volvía me imaginé varios escenarios: Mis amigos preocupados por mí, habrían pedido ayuda para encontrarme; también los imaginé aburridos esperándome; o quizás habrían pasado olímpicamente de mí y se habían ido a casa.
Al llegar, lo primero que hizo Tobita fue solicitarme pruebas, llegando a tomar un sorbo del agua salada. Una vez certificada la gesta, hasta me hicieron un amago de ola.
Foto: Lugar de reunión en esa ocasión.
La apuesta - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez