La escopeta de balines
Mi vecino estaba encaprichado en una escopeta de aire comprimido, de las que disparaban balines de plomo en forma de copa. Tan ilusionado estaba que muchas tardes, cuando salíamos de clase, lo llegué a encontrar mirando las vitrinas de la armería.
Al llegar las vacaciones no paraba de insistirle a su madre, era un auténtico guineo. Pero ella no daba su brazo a torcer. Cuanto más se lo negaban más se obsesionaba. Hasta que una tarde lo encontramos con su flamante escopeta. Según nos comentó, había tensado la cuerda amenazando a su madre con dejar de comer, y la estrategia le dio resultado.
Disparaba a todo lo que se encontraba: cacharros, botellas, moscas, ranas y hasta lagartos y algún pájaro palmero. Menos mal que el Seprona no existía en ese entonces, hubiese tenido más de un problema.
Como era verano fuimos al barranco y cazó varios lagartos que luego frió en un cacharro. Cuando ya estaban fritos llegó su primo y nos preguntó por qué estábamos haciendo eso. Mi amigo, que para inventar era el primero, en unos segundos se montó una historia; al parecer estábamos preparándonos como los cuerpos especiales del ejército para sobrevivir en caso de guerra. Debíamos ser capaces de comer los lagartos, que según él era un verdadero manjar. Entonces vimos como otro de los más pequeños se estaba llevando uno a la boca. Por suerte lo detuvimos a tiempo.
Los más pequeños siempre éramos el blanco de las bromas de los mayores. De cualquier forma, estas inocentes bromas, que no pasaban de eso, nos abrían los ojos a lo que íbamos a encontrar en el futuro.