La inocente Coré
El vídeo de nuestra boda prometía ser una obra de arte; mi cuñado Hilario, el artista de la familia, y su pareja se pertrecharon con una vídeo cámara cada uno y se dedicaron a grabar tomándose licencias artísticas de todo tipo. Aunque la idea era hacer el montaje con las dos películas y añadirle la banda sonora, pasaban las semanas y nunca hubo tiempo para montarla. Después de mucho insistir por fin nos pasaron las grabaciones en bruto.
Una vez, cuando Coré tendría unos tres años estábamos viendo el vídeo; A medida que la cámara iba haciendo un barrido por las diferentes mesas. Coré estaba absorta atenta a todos los detalles del banquete, pero en un momento determinado la cámara enfocó la mesa donde estaban mis suegros; al ver que en la celebración estábamos todos menos ella, exclamó:
—Y a mí, ¿Con quién me dejaron?
Entonces la abuela respondió entre carcajadas:
—¿Tú? Tú no estabas ni pensada todavía.
Y es que Coré siempre fue muy inocente, salvo la vez que después de comer me tumbé en el sofá y me quede dormido. Entonces ella que era muy curiosa, se acercó a mí intentando bajarme los pantalones del chándal para averiguar lo que yo tanto escondía. Estaba acostumbrada a bañarse con la madre, pero a mí nunca me vio desnudo. Mi mujer que estaba en la azotea viendo la escena a través de la ventana del tragaluz, me despertó diciendo:
—¡Rito, mira lo que está haciendo tu hija!
A pesar de este episodio, para mí siguió siendo la inocente niña hasta que con 16 años me contó el siguiente chiste:
—¿Papá, sabes por qué a las mujeres se nos conquista con el corazón? —a mi respuesta negativa concluyó—. Porque es el dedo más largo.
Les juro que me quedé templando, y mujer que lo notó, me dijo:
—¿No te hizo gracia el chiste de la niña?
Sin salir de mi asombro respondí:
—El chiste es bueno, pero viendo quien me lo cuenta, no sé si reír o llorar.
En ese momento caí en la cuenta, realmente el inocente era yo.
Foto con Coré, una de tantas veces que se tuvo que quedar al cuidado de su abuela cuando nosotros salíamos.