La leche diaria
Aunque mi padre siempre tuvo cabras y becerros, no tuvo vacas hasta años más tarde; así que comprábamos la leche a Panchito Reyes. Una de mis tareas diarias era ir a buscarla, aunque era mi obligación nunca tomaba la iniciativa, y no iba hasta que me mandaba mi madre o alguna de mis hermanas.
A veces llegaba tan tarde que ti’ Pancho ya estaba rezando el rosario con el resto de la familia. No quedaba otra que esperar pacientemente a que terminasen para que me la despachasen.
Otras veces, llegaba cuando todavía estaban ordeñando y me quedaba mirando como lo hacían, la colaban y llenaban las lecheras.
Siempre me preguntaba, ¿por qué el banco de ordeño tenía solo tres patas? Luego me explicaron que era para poder colocarlo sobre el suelo empedrado del alpende sin que cojeara; con tres puntos de apoyo siempre queda estable aunque el suelo sea irregular.
De regreso a casa iba normalmente girando la lechera, nunca la derramé, pero no por mérito mío, sino de la fuerza centrífuga, según me explicó años más tarde mi maestro, Don José Castillo.