La mente de los niños
Cuando era pequeño todo lo interesante pasaba pa’fuera, mientras yo estaba en un lugar cálido, acogedor y en penumbra, algo así como la matriz.
Pa´fuera era al final de un largo túnel donde todo era verde, los animales estaban en libertad y existían seres fantásticos. Allí estaba la vida; menos segura, pero más atractiva.
Me imaginaba todo de otra manera, cuando mi mente era un lienzo en blanco, antes de que en la escuela me dieran una visión racional, científica y mucho menos divertida.
Cuando me explicaron que la tierra era redonda no entendía como no vivíamos dentro de la esfera y no en la superficie donde nos podíamos caer.
Uno de mis maestros nos explicaba la visión que tenía su hijo pequeño cuando caía la noche, mientras observaban juntos el cielo en una noche estrellada le dijo:
—Papá, mira cuantos agujeritos tiene la manta del cielo.
Pensaba, que igual que su madre lo arropaba con una manta, Dios cubría al mundo con otra para que durmiesen sin la molesta luz del sol, que se colaba por las pequeñas rendijas estrelladas.
Pero los pensamientos que más me atormentaban eran los religiosos. Creía que los apóstoles se habían comido a Jesús. Había desaparecido de su sepulcro y luego eso de la consagración del cuerpo y la sangre, se me antojaba bastante macabro y confuso. Si acompañábamos las imágenes de las vidrieras del Templo de Santiago, donde aparecía un monje con un cráneo a sus pies, el fresco del apóstol Santiago pisoteando moros, y el cuadro que mi madre tenía en la cabecera de la cama con la virgen del Carmen, con el niño Jesús sobre sus rodillas, rodeada de almas atormentadas quemándose en el purgatorio, era para tener pesadillas.
La mente de los niños - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez