La operación
Al poco tiempo de comenzar a salir con mi novia pensé en circuncidarme. Tenía un estrechamiento del prepucio que se conoce como fimosis. Así que me planté en la clínica de Juan Daniel, el practicante más prestigioso del pueblo, y tras el diagnóstico le pedí que me operase el lunes siguiente, pues quería estar recuperado para salir el fin de semana con mi novia. Guiñándome un ojo me dijo que sí, que estaría recuperado para salir, pero no para mantener relaciones sexuales.
Cuando llegué se sorprendió de verme. Al parecer le había dado a la enfermera el día libre y no había nadie para asistirlo durante la operación. Al comprobar que estaba apuntado en su agenda, y ver lo deseoso que estaba por librarme de aquel trozo de piel accedió a operarme.
Preparó el jabón, la brocha y la navaja, y procedió a rasurarme el vello púbico. Luego me colocó una gasa sobre los ojos que mantuvo con mis gafas y me inyectó la anestesia local. Mientras cortaba la piel oía un sonido parecido al que hace las tijeras cuando corta una tela gruesa doblada en varias capas.
Al finalizar la operación crucé la calle, cogí un taxi y me fui a casa. Ya en cama me di cuenta que la sangre había formado un enorme círculo en el pantalón del pijama. Al mirar más detenidamente vi que a través del apósito empapado brotaba un goteo continuo. Mi madre asustada me trajo todas las toallas de bidet y compresas de tela que encontró. No tardaba en empaparlas y depositarlas en una jofaina. Cuando empecé a ponerme pálido insistió en llevarme a la clínica. Al parecer se había olvidado de coser una de las arterias y tuvo que volver a abrirme y coserme de nuevo, pero esta vez sin anestesia.
Entonces me recetó unos antiinflamatorios y unos antibióticos. Me dijo que tuviese cuidado de no excitarme pues se me podían ir los puntos. Pero con la mente calenturienta de mis 18 años, me pasaba la noche despertándome, bajándome los pantalones y sentándome en el suelo frío hasta que se me bajaba la erección. Tras varios días sin descansar me volví a presentar en consulta. Al ver mi cara me recetó un frasco de Valium. Esa noche dormí como un bendito aunque se me saltaron varios puntos.
Finalmente pude salir el fin de semana con mi novia, aunque no podía ni siquiera darle la mano, por miedo a que mi miembro desbocado reaccionara y terminara soltándose el resto de los puntos.
Ese mismo domingo paseando por el casco me crucé con Juan Daniel que hizo intensión de acercarse y preguntarme como estaba, pero al verme con mi novia desistió, no tanto por el secreto profesional, sino porque la conocía desde que era niña. Imagino que se avergonzó al recordar las bromas que me daba sobre lo que iba a disfrutar con mi renovado aparato.