La secuela de la pipa de espuma de mar
El empleado de la funeraria vio cómo se alejaba el coche de Augusto, mientras los últimos asistentes al sepelio de Paco estaban abandonando el lugar. En ese momento llegaba un nuevo coche fúnebre. Los dos conductores se saludaron; este último, tras abrir el portón trasero para que los parientes extrajesen al finado, vino al encuentro de su colega.
—¿Cómo te fue el servicio? ¿De quién se trataba?
—Francisco López, ingeniero de 34 años, falleció de repente; pero no hubo autopsia.
—Eso me huele a chamusquina.
—Sí, o mucho me equivoco o aquí hay gato encerrado.
—Tú sabes algo; cuenta.
—Baja la voz. Lo que te voy a decir, que no salga de aquí.
—Soy una tumba, desembucha de una vez.
—Pues a mí me da que entre la viuda y el médico ese, hay algo. He visto cosillas que no me gustan.
—¿Sí?
—Ya te digo, nada más llegar, el tío le dio un tremendo abrazo y un beso, que si ella no le hace la cobra en el último momento, se lo da en todos los morros.
—No jodas.
—Además el camarero me comentó que lo oyó hablando con un compañero en voz baja sobre cobrar el seguro de vida o algo así.
—Pero eso no será todo, tú sabes algo más. ¿No es así?
—Lo que más me chirría es que el tipo ese, cuando se fue el amigo, se dirigió al baño, se desprendió de una jeringuilla y de unos viales de insulina, que llevaba en el bolsillo de su abrigo, en una pequeña nevera portátil. Luego se lavó las manos cuidadosamente, hasta que desapareció cualquier rastro del olor a insulina. Se arregló el pelo, se cepillo los hombros con la mano y se fue a consolar a la viudita. Cuando tú llegabas, se iban juntos.
—Eres un lince, no sé cómo consigues darte cuenta de todos esos detalles.
—Ya veremos cómo termina todo esto. Te contaré si me entero de algo más.
La secuela de la pipa de espuma de mar - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez