La última muerte de Paul Newman
A Pablo Infante desde niño le gustaba oír historias, apoyado en el mostrador de la tienda de aceite y vinagre de su barrio; esos momentos y los que pasaba escuchando a los mayores sentados al atardecer, eran su mejor escuela.
Solo volvió a vivir esa sensación, cuando pasados los años se aficionó a la lectura; pero ahora le gustaba ser él quien contase las historias, y por qué no, escribirlas. Por eso estaba allí, mientras esperaba a que Santiago Gil llegase; no hacía más que ir inquieto de su asiento a la puerta; en una de esas ocasiones se encontró con un individuo que se parecía mucho a él, incluso repetía sus gestos como si estuviera frente a un espejo; su primera reacción fue de sorpresa y luego de turbación. El oponente se calaba, como él, un sombrero, aunque el del individuo era un panamá y él lucía su habitual cachorro canario; en realidad el visitante vestía como los indianos; entonces se presentó:
—Buenas tardes. ¿Cómo tú estás? Soy Paul Newman y te buscaba.
Paul le contó que le había prometido a su padre viajar a Canarias, donde estaban sus orígenes y de donde Ulises Infante había emigrado a Cuba en 1925 para nunca volver; posteriormente, con la llegada de Castro al poder, se exilió con su nueva familia en Estados Unidos, allí Paul triunfó como actor.
Aunque ya había pasado más de 90 años de la partida de su padre, Pablo no le había perdonado que lo abandonase tras su nacimiento, y que su madre, Pino López, la bordadora, muriese esperándolo toda su vida, mientras bordaba sabanas, toallas y hasta el último pañito del ajuar de las hijas de sus vecinas para sacarlo adelante.
Paul le había robado a su padre, su nombre, su apellido y sus sueños. Entonces enloqueció, y se vengó, arrebatándole a su hermano lo único que podía: La vida.
Foto: Fotograma de la película camino de la perdición.
La última muerte de Paul Newman - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez