La vida en las alcantarillas
Tras terminar la carrera le ofrecieron trabajo en el servicio de aguas residuales de su ciudad. Cuando el jefe le dijo que tenía que empezar de abajo, pensó que era en sentido metafórico, y que tendría que pasar por todos los puestos de la empresa, hasta que le dieran uno de responsabilidad.
Después de superar la entrevista con el director de recursos humanos, lo enviaron a la mutua, donde tendría que realizarse la revisión médica. Tras rellenar un cuestionario vino el examen físico. Cuando ya creía haber terminado, la enfermera sacó una enorme jeringuilla. Se trataba de las vacunas, pues su puesto de trabajo era considerado de alto riesgo. Quiso saber a lo que se refería con eso de “alto riesgo”, y la enfermera se limitó a entregarle dos documentos titulados: Agentes patógenos existentes en las redes de saneamiento y Riesgos de asfixia en espacios confinados por emanación de gases letales.
No lo podía creer, moverse en una alcantarilla, era una mezcla entre el trabajo de un minero y el de un empleado de laboratorio del hospital nacional de referencia en enfermedades contagiosas. Tras encomendarse a todos los santos, le administraron las vacunas. Era un cóctel de diez virus y quince bacterias. Estuvo ingresado en el hospital durante los siguientes quince días.
El primer día de trabajo lo llevaron a ver una de las depuradoras subterráneas que regaban la avenida marítima. A la cabina, que hacía las veces de sala de control, se accedía por una escalera de gato, tras abrir una trampilla en el techo. A pesar de la magnitud del depósito de lodos, que se podía ver a través de la amplia superficie acristalada, en la sala no se percibía nada de olor. Al poco tiempo empezó a notar que los oídos se le habían taponado. Le explicaron que esa sensación era normal, pues la sala estaba presurizada para mantener el aire puro y libre de olores en el interior de la cabina, de ahí la pequeña molestia de los oídos que pronto se pasaría. Mientras el jefe le explicaba todos los detalles de la instalación, sonó la alarma, y como notó preocupación en su mirada, le preguntó:
—¿Pasa algo malo?
—Está empezando a llover.
—¿Y eso qué consecuencias tiene?
—Que si no para, tendremos que abrir las compuertas y hacer un vertido sin depurar directamente al mar y salir de aquí por patas, sino queremos nadar en mierda.
Siguió lloviendo y tuvieron que realizar el vertido, con tanta mala suerte que se efectuó con marea alta y el reflujo hizo que se inundara de aguas fecales la galería de cables compartida por las compañías telefónica y eléctrica. Al día siguiente tuvo que acceder a dicha galería para realizar el informe de daños. Fue entonces cuando tuvo por bien empleados los días que pasó en el hospital.
La vida en las alcantarillas - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez