Las gallinas inglesas
Era una de esas noches de verano en que permanecíamos hablando o jugando en la calle. Entonces vimos como un muchacho de otro barrio entraba en la gañanía del vecino y salía con la gallina para a llevársela. Nos acercamos y, haciendo uso de la autoridad que nos confería estar en nuestro territorio, lo convencimos para que la dejase donde estaba.
A partir de ese momento empezamos a especular sobre lo estupendo que sería tener un casar de gallinas inglesas. Decidimos que debíamos coger nosotros las gallinas antes que volviesen a intentar llevárselas. Además las tenía sueltas y últimamente no le prestaba mucha atención. Con estos razonamientos solo intentábamos justificar lo que pretendíamos hacer.
Reparé un gallinero que tenía en casa para recibir a la pareja. Y cuando oscureció fuimos pertrechados con linternas a capturar las gallinas que dormían posadas en un laurel de indias junto a la gañanía.
Una vez atrapadas las llevamos a mi casa. Pasábamos horas admirándolas y escuchando el canto del gallo. Pero no éramos los únicos que lo oíamos, el dueño también lo oyó. Tanto fue así que hizo sus pesquisas y averiguó de dónde provenía el sonido.
Recuerdo que veníamos de la escuela, cuando nos encontramos con el malhumorado propietario que nos dijo:
—Más vale que vayan dejando los “kíkeres” en su sitio porque voy camino de la guardia civil a poner una denuncia.
—¿Nosotros? ¿Qué dice usted? ¿Qué kíkeres? —respondimos casi al unísono.
No dijo nada más y siguió su camino hacia el pueblo. Incrédulos pensábamos que era imposible que lo supiese, que se trataba de un farol, que de ninguna manera pensara que íbamos a devolverlas.
Pero apenas habíamos concluido la frase cuando nos miramos el uno al otro y sin mediar palabra salimos corriendo calle arriba. Entramos en mi casa, subimos a la azotea, cogimos las gallinas, y cuando apenas nos quedaba aliento, las soltamos por encima del muro de las plataneras. Con tan mala suerte que mientras lo hacíamos nos vio el hijo del dueño que estaba atendiendo a la vaca. Era nuestro compañero de clase, que a pesar del tiempo trascurrido desde este suceso, aun hoy nos lo sigue recordando.