Los chistes de Juan Molina
Otro personaje entrañable fue Juan Molina. Cuando se jubiló de su trabajo con el conde, en el sur de Gran Canaria, volvió al barrio. Pronto descubrimos el gran sentido del humor que tenía. Amenizaba todos los corrillos que se formaban en la calle con sus chistes. Tenía un considerable repertorio escrito en una minúscula libreta que llevaba a todas partes. Los tenía enumerados y prácticamente se los sabía de memoria, como nos lo demostró en cierta ocasión. Yo diría que con solo decirle el número del chiste ya se empezaba a reír.
Lo más curioso es que nunca se rió de ninguno de los que yo le contaba, por muy bueno que fuera y aunque no se lo supiera. Luego averigüé que lo que realmente hacía, era dedicarse a memorizarlos mientras se los contaba, durante ese proceso estaba tan concentrado que no tenía tiempo para reírse. En más de una ocasión llegó a contarme uno de mis chistes acuñándolo como suyo y encima pretendía que me hiciese gracia.
Una mañana que me crucé con él entablé la conversación diciéndole:
—Está el tiempo algo revuelto esta mañana ¿no?, este tiempo no hay quien lo entienda.
Entonces se acercó y me dijo en voz baja:
—Te voy a contar un secreto. Tú ves esas dos montañas de ahí —señalándolas—, cuando los rayos del sol que pasan entre las nubes caen en la unión de las dos montañas —a estas alturas ya me tenía intrigado—, pues si hoy es, por ejemplo sábado, ten por seguro que mañana, o sea, al día siguiente, estaremos a domingo.
Y es que a Juan Molina le gustaba burlarse de los jóvenes, cuanto más estudios teníamos más se esmeraba.
Los chistes de Juan Molina - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez