Los escenarios de mi infancia
Durante más de quince años crucé ese puente camino del pueblo para ir a la escuela y luego al instituto. A veces, por las tardes, cuando regresaba a casa, me entretenía perdiéndome por los senderillos, que había entre los especieros o falsos pimenteros, en busca de ranas en las acequias o para llenar un tarro con el agua del estanque, que el cerrillo o lenteja de agua mantenía fresca y donde habitaban las larvas de mosquito, que luego mirábamos al microscopio en clases de ciencias naturales. Estos árboles de mediana altura y tronco tortuoso son parientes lejanos de los sauces, pero de hoja perenne. Cuando se las estrujas suelta una resina pegajosa de olor fuerte a trementina. Mi madre usaba sus hojas como remedio contra la tos. Hervía los brotes tiernos en agua, que al enfriarse me daba a tomar en pequeños sorbos.
Junto al disco había un eucalipto al que habían rodeado con un alambre de acero y que servía de refuerzo al póster de la línea telefónica. Con el paso de los años, a medida que el árbol fue creciendo, el alambre se incrustó en el tronco y lo hacía sangrar. Recuerdo imaginar el sufrimiento de aquel árbol y las risas insensibles de los mayores al comentárselo.
Lamentablemente ya no existen ni los especieros ni el eucalipto, ni muchos de los escenarios de mi infancia.
Foto: Puente de los tres ojos, especieros y cruce de Sardina. Fuente: Página de Facebook de Gáldar antigua.
Los escenarios de mi infancia - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez