Mi vecina me jeringaba
Adolfinita se trasladó con su familia a la casa contigua a la nuestra, cuando yo tenía apenas meses.
Me tenía especial cariño y siempre que me veía me decía que nadie había visto mi culo más veces que ella. Y es que cuando era pequeño fui muy enfermizo y ella me ponía las inyecciones que semana si, semana no, me recetaba el doctor Barreto. Fueron tantas las que me puso, que ya no sabía dónde pincharme.
Cuando la veía echar el alcohol dentro de la cajita metálica donde guardaba la jeringuilla de cristal con las gruesas agujas y prenderle fuego para desinfectarlas, ya me ponía tenso. Ella me tranquilizaba diciendo que ese día me la pondría sin aguja. Entonces me daba un par de azotitos en la nalga y me la clavaba hasta la base. Pero lo más doloroso era cuando empezaba a entrar el líquido aceitoso quemándome al abrirse paso. Al terminar me masajeaba la zona dolorida y dejaba el algodón impregnado de alcohol sujeto con los calzoncillos.
Ya solo quedaba la última humillación, levantarme con la cara congestionada y resoplando mientras me subía los pantalones. A medida que caminaba hacia la puerta se me iba quitando la cojera inicial. Antes de cerrar la puerta me decía desde la cocina:
—No te olvides de volver mañana.
La última vez que la visité ya no me reconoció, estaba aquejada de la enfermedad del olvido. Adolfinita murió hace apenas un año. En su entierro no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas.
Mi vecina me jeringaba - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez