Neurosis obsesiva.
Neurosis obsesiva.
Desde pequeño mis padres me inculcaron la responsabilidad, haciéndome participe de las dificultades económicas que tiene una familia numerosa; cuando comías no podías dejar nada en el plato; había una ropa de continuo y otra para salir; cuando salías de una habitación apagabas la luz…; recuerdo una vez que estaba llegando el agua de abasto, en aquella época solo llegaba un par de días en semana, debíamos aprovechar para dejar todo lleno, las plantas regadas y lavar todo lo que se pudiera antes de que la volvieran a cortar. Yo era el encargado de llenar todos los baldes, barreños y piletas y regar las plantas de la azotea; una de esas veces dejé llenándose una de las piletas, me fui a jugar y me despisté; al anochecer volví a subir a la azotea y la pileta se estaba rebosando; el chorro llevaba abierto varias horas; esa noche el remordimiento que sentía no me dejó dormir hasta que se lo conté a mi madre.
En otra ocasión, recuerdo que era un viernes; mi madre me dejó 20 duros para cuando saliese de clase fuese a la farmacia por una medicina, para ello me dio el trozo de cartón de la caja con el nombre y me envolvió los 20 duros en él; pasaron las horas y cuando tocaba salir de clase, busque los 20 duros por todas partes y no los encontré; al llegar a casa le dije a mi madre que cogiese las 100 pesetas de las mil que había reunido repartiendo los recordatorios de mi primera comunión; mi madre sonrió con la expresión cansada y preocupada que siempre tenía y me dijo:
— Tienes que tener más cuidado mi riqueza, sabes que no nos sobra el dinero, no te preocupes pero esas mil pesetas de las que hablas ya están gastadas.
El lunes al llegar a clase seguí buscando sin éxito; pero cuando fui a vaciar el recipiente, que teníamos en las mesas para echar las virutas de madera de afilar los lápices y las migas de la goma —esta fue una ocurrencia del maestro para que no perdiéramos el tiempo mirando por la ventana al ir a afilar el lápiz—, vi el cartón del medicamento y el billete envuelto en él, enterrado entre las virutas; el viernes con el trajín de la búsqueda se me había olvidado vaciarlo.
Otra vez preparando la merienda se me quedó el fogón encendido varias horas.
Todos estos acontecimientos me quedaron marcados, creando en mi un sentimiento de responsabilidad que llegó a ser bastante obsesivo; todas las noches, antes de acostarme verificaba varias veces que todos los grifos de la casa estaban cerrados, que la cisterna del baño no se salía, que los fogones estaban apagados y el gas cerrado; este hábito que llegó al punto de provocarme insomnio, se me quitó con el tiempo.