Nueva generación
Llegó al departamento para encargarse de los registradores con apenas 21 años. Era muy serio y trataba a todo el mundo de usted; por eso yo le devolvía ese mismo tratamiento llamándolo don Gilberto, hasta que un día me dijo:
—Hombre, no me trate de usted, creo que hay confianza.
—No te preocupes, ¿Cómo quieres que te llame? ¿Bichillo? —Que era como solíamos llamarnos los jóvenes de Gáldar.
Al ser Teldense desconocía esa expresión, y volviendo a su acostumbrado tono serio me dijo:
—¡Hombre! ¡Tampoco hay que pasarse!
Normalmente los que vivíamos lejos solíamos llegar un poco antes al trabajo, por ello sabíamos dónde estaba los interruptores de alumbrado del ala donde trabajábamos, ya que a veces éramos los que encendíamos las luces. Un día que ambos llegamos temprano y Gilberto se fue al baño, aproveché y cuando estaba sentado en la taza le apagué la luz; entonces fui corriendo y le grite desde la puerta:
—¡Gilberto! ¡Una avería y parece grave, vete preparándote para bajar a la central!
El pobre muchacho, mientras se subía los pantalones a oscuras, iba haciendo recuento mental del material que necesitaría: Discos con los programas, ordenador, cables… y todo lo tendría que hacer a oscuras. Al salir vio el pasillo iluminado y se percató que todo había sido una broma.
Para desplazarnos a las diferentes instalaciones utilizábamos los coches de la empresa. Estos estaban asignados por las tardes a los jefes, que muchas veces los dejaban bajos de combustible o averiados, y al cogerlos para una emergencia, si no estabas atento, te quedabas tirado como nos pasó a nosotros. Íbamos precisamente a la central y cuando apenas faltaban 300 metros para llegar, se nos paró el coche en plena autovía. Y allí estábamos los dos empujando el vehículo por el arcén hasta llegar a la central eléctrica.
Pero la situación más cómica fue en una instalación en el sur de Fuerteventura. Oímos balando a unas baifas, salimos del edificio y las vimos pastando dentro del recinto. Nos habíamos dejado la verja abierta, entonces cerramos la puerta del edificio para evitar que entrasen en las zonas en tensión y nos pusimos a sacarlas. Lo conseguimos después de no poco esfuerzo y cerramos la verja. Cuando volvíamos a la sala de control vimos que habían vuelto a entrar por medio de los barrotes.
Sangre nueva - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez