Para que te toque debes jugar
Esta frase se dice siempre que alguien especula con que le toque la lotería; pero esto no es totalmente cierto, pues yo me la gané sin jugar.
Después de la muerte de su segunda esposa mi abuelo se aficionó a comprar un décimo de lotería para el sorteo del sábado. Me encargó que oyese la retrasmisión de radio nacional y le mirase el décimo. A cambio me daría la mitad del premio. Hasta ese momento, solo había obtenido premios menores. Pero esa semana tocó uno de los grandes, 1.600.000 pesetas del año 1980. Cumplió lo prometido, pues era un hombre de palabra, pero a partir de entonces, aunque le seguí comprobando los números, nunca me repitió el ofrecimiento.
Con ese dinero me compré una bicicleta de carreras, una calculadora científica y un balón de fútbol sala para el equipo del barrio. Por esa compra me nombraron presidente del equipo. Aun hoy algunos de mis amigos de entonces me llaman por ese apodo.
El resto del dinero me sirvió para costearme los estudios y para pagar la entrada del famoso panda rojo que años más tarde me compré.
Al poco tiempo mi madre que nunca pudo permitirse ese lujo, también probó suerte, y tras un par de semanas jugando se ganó un premio similar.
A partir de ese momento se aficionó a comprar con más frecuencia y hasta dos décimos. Hasta el punto que tuve que decirle:
—¡Mamá! ¿Usted se ganó la lotería? ¿O fue un préstamo que pidió a las apuestas del estado y ahora lo está devolviendo poco a poco?
Todavía me parece oír a mi padre riéndose, ya que siempre fue él, el más jugador de los dos.
Para que te toque debes jugar - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez