Pimienta de la puta madre
Cuando era pequeño mi padre me solía hacer todo tipo de perrerías. Desde frotarme la cabeza fuertemente hasta despeinarme, o restregarme las orejas hasta dejármelas totalmente rojas. Creo que pensaba que de esa manera iba a espabilar y fortalecerme, porque me veía muy débil y enfermizo.
Una vez, que nosotros, Manolo y yo, estábamos jugando a su alrededor mientras él estaba ayudando al padre de Manolo en las plataneras, vio un pimentero de pimientas de la puta madre. Se le ocurrió invitarme a una diciéndome que eran dulces. Pero yo que ya estaba escaldado con sus bromas, no caí en la trampa.
Él, en un último intento por conseguir su objetivo, se echó una a la boca y empezó a simular que estaba masticándola, pero ni con esas. Luego me confesó que a pesar de no morderla le estaba quemando y estaba disimulando.
A los pocos días hice una apuesta con Manolo y cogimos una pimienta, que el raspó con la uña, y yo me la acerqué a la lengua. Yo no sabía dónde meter la lengua de lo que me quemaba. A Manolo, al principio no, pero luego le empezó a quemar la yema del dedo, justo debajo de la uña.
Y es que la curiosidad mató al gato.
Pimienta de la puta madre - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez