Reina por un día
Así llamaba un compañero de trabajo a las comidas de empresa. Cuando llegué al departamento era normal que los empleados invitasen a los jefes a la comida de fin de año, e incluso hacían un pequeño regalo a cada uno de ellos; de elegirlo y entregarlo se encargaba la persona que recaudaba la cantidad que ella calculaba, según el restaurante que ella también elegía.
Como era una costumbre que existía antes de mi llegada, me sentía obligado a ir; pero como iban también los jefes era mejor no divertirse demasiado para no salir en la foto. Así las cosas, en esas celebraciones solía estar más tenso que en un aseo público sin pestillo, por lo que decidí dejar de asistir.
La primera vez que fui, estaba un poco desubicado; no faltó el compañero graciosillo de la capital, que aludiendo a mi procedencia, dijo:
—Rito, aquí no tenemos leche y gofio, así que mejor vete comiendo lo que traigan si no quieres pasar hambre.
A pesar de que estaba a mi lado lo decía en un tono de voz tan alto que deduje que buscaba amenizar la tarde a mi costa. Cuando trajeron el solomillo a la pimienta con guarnición de champiñones dijo en tono sarcástico:
—Eso que está junto a la carne no son fichas de ajedrez, son champiñones y se comen.
A lo que respondí:
—Chacho, no había caído, siendo de la isleta y llamándote Manolo, ¡tú eres Manolo Vieira! ¿Verdad?
Tras las carcajadas de los integrantes de la mesa, cesaron las burlas del amigo, luego me pidió disculpas y a partir de entonces tuvimos una magnífica relación.