Un inexplicable accidente
Durante el verano del primer año en el instituto, cuatro compañeros del barrio nos hicimos inseparables.
Muchas tardes las pasábamos en la finca de Las Longueras, en la vega de Gáldar, donde el padre de uno de ellos tenía la gañanía. Un día que la burra iba descargada se le ocurrió que fuésemos todos a lomos de la bestia, mis compañeros accedieron. El hijo del dueño delante dirigiendo, otro en el centro y el más pequeño iba a pelo detrás, pues la albarda no daba para sentarse los tres.
Tan pronto dieron el arre, la borrica inició una corta carrera y frenó de golpe clavando las rodillas en el suelo. Los dos primeros salieron de cabeza, el único que se mantuvo a lomos de la asna fue el que iba detrás que se agarró como pudo.
Ya en la finca y tras atender a los animales, nos sentábamos en una terraza al pie de la casa a desgranar las piñas de millo tendidas al sol. Pasábamos horas conversando a la cálida sombra de aquellos días de verano.
Una de esas tardes nuestro amigo nos dijo que antes de su padre, el encargado de la finca había sido el marido de su tía. Entonces nos contó que en la casa de la planta alta, encima del pajar y el cuarto de aperos, vivió ella con su esposo y las dos niñas hasta el día del accidente.
Aquel hombre había ido a la guerra y cuando volvió se trajo como recuerdo una pistola estropeada, que guardaba celosamente.
Un día en que su hermano menor lo visitó, tuvo la nefasta idea de enseñarle la pistola. El adolescente la cogió y se puso a jugar con ella, imitando a los pistoleros de las películas del oeste. De pronto del arma salió el fogonazo y el ruido ensordecedor de un disparo, que atravesó el pecho del mayor, falleció al instante. Desde ese día nadie habita la casa.
Ese mismo día mi madre no solo me confirmó el suceso, sino que me reveló algunos detalles más. Al parecer tras la investigación se determinó que había sido un trágico accidente, pues la pistola era defectuosa y tras varias pruebas no consiguieron volver a dispararla. El joven fue exonerado, pero sus remordimientos y sentido de la responsabilidad lo llevaron a ofrecerse en matrimonio a la viuda de su hermano. Ella lo rechazó. No era cuestión de atar y atarse a aquel hombre, levantándose cada mañana junto al que le había arrebatado a su marido y a sus hijas el padre.
Esas fueron algunas de las historias que recuerdo de aquel verano inolvidable.
Un inexplicable accidente - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez