Un largo noviazgo
Llevábamos más de tres meses viéndonos en la plaza pasando frío; ya conocía a todas las vecinas que se compadecían de mí diciéndole:
—Ese muchacho ya te ha demostrado que te quiere, pero como no pongas remedio se te va a morir de una pulmonía.
Y no estaban desencaminadas, por ese entonces me salió una extraña urticaria que empeoraba con el frío. Tuve que ser yo quien le pidiera que me invitase a su casa.
Y llegó el día, era 28 de diciembre, lo recuerdo porque mientras recorría los tres kilómetros que había desde mi casa a la suya, iba pensando que si la invitación no sería una broma del día de los inocentes.
Al llegar me encontré con la puerta abierta y al sobrino jugando a la entrada. Tratando de ser simpático pregunté por ella; pero como desde que su tía me conocía le dedicaba menos tiempo, estaba celoso y me respondió que no se encontraba. Allí estaba yo parado delante de la puerta sin saber muy bien que hacer. ¿Sería verdad lo de la inocentada? Por suerte apareció mi futura suegra. Enseguida intuyó quien era yo, y me invitó a pasar a esperarla mientras terminaba de arreglarse.
Durante los siguientes siete años iba a su casa 3 veces en semana: jueves, sábados y domingos, como marcaba la costumbre del lugar.
Foto: Sentados en el zaguán de su casa.
Un largo noviazgo - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez