Un tablero y la acera
Mi afición al ajedrez surgió de una forma casual. Los profesores de mi hermana lo estaban fomentando entre los alumnos y para ello les permitían llevarse un tablero a casa.
Como ella no tenía con quien practicar, empezó a jugar conmigo. Me enseñó las nociones básicas y cuando me estaba empezando a gustar, me dijo que lo tenía que devolver. Entonces cogí una de las fichas y la escondí. Pero mi madre, como siempre con mucho cariño, me convenció para que lo devolviese.
Pasó el tiempo y cuando ya no lo esperaba, me regalaron el tablero que aún conservo. Aquel verano aprendieron a jugar todos mis amigos del barrio. Nos quedábamos hasta tarde en la calle, jugando a la luz de la farola tumbados en la acera.
Fueron tan buenos alumnos, o yo tan buen profesor, que la mayoría me superó en poco tiempo. Luego me tocó aprender de ellos. Sobre todo de Víctor Quesada, al que le habían dejado un libro con las nociones básicas de las aperturas y jaques más típicos.
Llegué a jugar un torneo del Corte Inglés con un equipo que se formó en la empresa, ganando dos rondas. Pero el ajedrez es un deporte que exige concentración y no puedes estar pendiente de un teléfono. No sé si algún día volveré a tener la oportunidad de jugar de nuevo.
Un tablero y la acera - (c) - Rito Santiago Moreno Rodríguez