Una actividad muy natural, aunque no muy estética
En mi casa no existía el cuarto de baño tal y como son los de ahora; aunque tenía el lavamanos y el plato de ducha, no existía el inodoro. En su lugar había un retrete antiguo, que no era más que un agujero hecho en una placa de cemento, parecida al poyo de la cocina. Se cubría con una tapa de madera, que se retiraba cuando se colocaban de cuclillas sobre el orificio y hacían la deposición.
En la pared había un clavo de donde se colgaban los trozos de papel de periódico o revistas viejas, que sustituían al actual papel higiénico.
Este agujero terminaba en una pequeña rampa que hacía descender las deposiciones hasta el estercolero que solo estaba parcialmente techado con unas planchas de zinc. A este recinto se arrojaba todo tipo de materia orgánica, que no era aprovechable como alimento para los animales domésticos: mondas de la cocina, restos de podas, material procedente de la limpieza de los gallineros o conejeras, etc. Te tiempo en tiempo se vaciaba y se vendía el estiércol para abonar los cultivos.
Como yo era muy pequeño, nunca lo llegué a utilizar; en su lugar usaba el orinal o escupidera. A veces me pasaba horas sentado en ella arrastrándola por toda la casa, yendo a donde quiera que hubiera actividad o tema de conversación; únicamente me reprimía cuando había visitas; no por propia iniciativa, sino porque ya me habían dado más de una nalgada en anteriores estelares apariciones.
Con el tiempo reformaron el cuarto de baño, instalando el deseado inodoro o vasija y hasta un bidet.
Una actividad muy natural - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez