Una noche mágica
Era viernes veintitrés de junio de 1995. Aquella semana había sido especialmente dura, pero el lunes ya estaría de vacaciones. Por eso decidí aceptar la invitación de mis compañeros de trabajo para ir a comer. Luego empataríamos con la celebración de la noche de San Juan en la playa de Las Canteras.
No sé en qué momento, ni cómo, me encontré en un taxi rumbo a Vegueta. A uno de los compañeros se le metió en cabeza que sería buena idea amanecer recitando poemas en la fachada del gabinete literario. Después de acabar con su repertorio y nuestra paciencia, terminamos tumbados, durmiendo la mona, en las escalinatas de la biblioteca insular. Me despertó el ruido del vehículo escoba del servicio de limpieza del ayuntamiento.
Antes de emprender sola el camino de regreso a casa, pues no había rastro de mis compañeros, decidí despejarme un poco lavándome la cara en la fuente de la plaza de las ranas; pero cuando me acerqué, la charca me devolvió la imagen de otra persona. En vez de la de una treintañera resultona de larga melena rubia, era la de un cincuentón calvo con sombrero. Entonces recordé lo que de niña me decía mi abuela. Ella tenía la certeza de que el agua de la madrugada de San Juan era bendita, creía que si te mirabas en un estanque, pozo, depósito o recipiente lleno de agua, y te devolvía tu imagen reflejada, llegarías a la próxima noche de San Juan Bautista. En caso contrario no sobrevivirías.
Ha pasado más de veinte años desde esa inolvidable noche, y hoy veinticuatro de junio de 2017 he vuelto a la plaza y el estanque me devuelve la misma imagen que aquella lejana madrugada. De alguna manera, en aquella mágica noche, murió Rita y nació la persona que soy actualmente.