Vete a jugar con tierrita y “miaoh”
Esta es la frase que nuestros mayores decían para que dejásemos de molestar y nos fuésemos a jugar a la calle.
Nuestros juegos estaban relacionados con el mundo rural que nos rodeaba. Fabricábamos alpendes escarbando pequeñas cuevas en el picón. También hacíamos las vacas y cabras con trozos de cantos, partiéndolos con alguna laja de piedra viva que usábamos a modo de martillo o picareta.
Los más afortunados, que conseguían el caballero blanco que venía dentro del detergente Ajax, podían disponer de una mula amputándole el jinete y sustituyéndolo por una albarda hecha de arco pipa. La arco pipa era la tira de metal —hierro o latón— que se usaba para darle más robustez a las cajas de tomates. Solía venir formando parte de los embalajes.
Fabricábamos presas y albercones, que comunicábamos con acequias hechas de piedra y barro. Las bombas, con las que controlábamos la salida del agua, las hacíamos con los golletes o cuellos de las botellas de vidrio, controlando el caudal de agua con su tapón de corcho.
Aquí aprendimos algunos principios de física, pues más de una vez se nos quebraba la presa y debíamos realizarla de nuevo con paredes de base más gruesa y sin esquinas angulosas. Claro que no éramos muy conscientes y lo hacíamos por pura intuición.
También plantábamos en pequeñas huertas el millo que cogíamos del que nuestras madres dejaban al final del tueste para hacernos roscas. Era el mismo que tostaban para llevarlo al molino y convertirlo en gofio, solo que para tostar este añadían un poco de arena en el tostador que luego cernían. Nunca entendí el fenómeno físico que provocaba que se formase las roscas con solo añadir la arena.
El aroma del millo recién tostado, junto con el del orégano que mondaba mi abuela en esas añoradas tardes, son las fragancias que más me transportan a la infancia.
Por supuesto, también jugábamos al fútbol; pero ya en mi época con pelotas de goma.
Vete a jugar con tierrita y - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez