Visita al médico
De niño, otra de mis obligaciones era recoger las recetas de los medicamentos necesarios para las enfermedades crónicas de la familia.
Como entonces no existía ni ambulatorio ni centro de salud en el pueblo, los médicos de cabecera de la seguridad social pasaban consulta en sus despachos particulares.
Iba a la consulta de don Eliseo Castellano, enfrente de la antigua casa Seat, para los medicamentos de mi padre y hermanos.
Una vez que fui para mí, me preguntó:
—Y a usted, ¿qué le pasa?
A lo que me apresuré a decirle:
—Tengo un catarrón de miedo.
Fingiendo estar molesto, me espetó:
—A ver, usted me dice los síntomas, y yo le doy el diagnóstico. ¿Es que me quiere quitar el trabajo?
También iba a la consulta del doctor Castropol, junto a la farmacia de la oficina para los medicamentos de mi madre. En esta última llegué a coincidir con muchos niños que al salir de clase íbamos a consulta con el mismo encargo. Esta estaba en la planta baja y nosotros tras hacer la pregunta de rigor—: ¿Quién es la última?— nos sentábamos en la escalera. En la planta alta vivía una familia que tenía que aguantar cada día que le invadiésemos el acceso.
Uno de los niños que compartía escalera conmigo era el cantante Arístides Moreno. También lo recuerdo trabajando en el bar de Borito frente al ambulatorio, donde le servía el desayuno a mi madre, tras hacerse algún análisis de sangre en el laboratorio.
Cuando Arístides fue famoso, le poníamos a mi hija Sara sus canciones para relajarla. Recuerdo que una vez vino a casa y como la niña estaba molesta, la cogió en brazos y la acunó con una de sus canciones hasta que se durmió.
Foto: Arístides, un año más tarde, cantandole al oído a Sara.