Visita formal
Cuando mi hermana se comprometió con su novio, llegó el momento de visitar a los futuros suegros; estos vivían en la finca del Capellán donde Manolito era el encargado, y allí vivieron hasta que él murió. Fuimos caminando barranco arriba cargados con las viandas típicas que se regalaban en las visitas; la casa terrera estaba en medio de la finca, rodeada de plataneras.
Candidita, así se llamaba la madre del novio, era una gran conversadora. Cuando llegamos estaba planchando con su antigua plancha de carbón; al contrario que mi madre, que planchaba con los hierros que calentaba en los fogones. Aunque ya teníamos plancha automática, apenas la utilizábamos por las continuas caídas de tensión y apagones de la planta. Pero la casa del Capellán no tenía luz eléctrica y Candidita le tenía bastante respeto a la bombona de butano. Apenas cocinaba y solo se atrevía a encender los fogones para preparar el café; hasta que no se tomaba uno al levantarse, no se ponía en marcha. Una vez que se dio la conversación, me enseñó toda una colección de cafeteras de diferentes épocas que guardaba como tesoros.
Tras la muerte de Manolito, se fue a vivir a la casa de Anzofé donde sí tenían electricidad y se compró una tele en blanco y negro. Estaba maravillada con el realismo con que se veía a Humphrey Bogart echando el humo del cigarrillo.
Pasado los años me mandó a llamar para que le reparase un interruptor averiado, se empeñó en pagarme y me dio mil pesetas, solo que el billete era tan antiguo que ya estaba fuera de circulación.
Visita formal - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez